sábado, 6 de abril de 2019

Ad vitam aeternam. Thierry Jonquet.


Título: Ad vitam aeternam.
Autor: Thierry Jonquet.
Año de publicación: 2002.
Editorial: Byblos.
Saga/Autoconclusivo: Autoconclusivo.
Nº de páginas: 330.
P.V.P: 7,70€

Puntuación media: ★★★★★✩ (9/10)
            -Trama: ★★★★★★★
            -Personajes: ★★★★★★★★★
            -Longitud: ★★★★★★★★★
            -Estructura y construcción del mundo: ★★★★★★★✩✩
            -Opinión personal: ★★★★★★★★
 
 
 
 
Desde que el hombre comenzó a arrastrarse por el fango, en tiempos ya olvidados, la muerte siempre ha sido una entidad de doble filo. Por una parte, ha sido el último itinolito a cruzar, la última frontera, el lugar del que no se puede volver, un lugar al que las personas temen llegar, tanto miedo la tienen, que muchos se convencen de que jamás llegarán, hasta que caen de bruces hacia ese lado.
Por otra parte, se encuentra la fascinación, el embeleso que a tantas personas ha deslumbrado. No solo por la muerte, sino lo que habrá más allá, e incluso veneran el dolor como forma de tender conexiones con ella, manteniendo, eso sí, toda la distancia posible.

Pues de este forma, un tanto siniestra, comienzo hoy mi reseña, en esta ocasión, del libro de Thierry Jonquet, “Ad vitam aeternam”. No podría haber empezado de otra manera, pues el libro es una diatriba, un puente que conecta dos realidades, la vida y la muerte.

El libro presenta a una chica joven, Anabel, gris y consumida, que trabaja en un tienda de piercing y tatuajes, un lugar al que acabó tras una vida, cuanto menos azarosa. Y en ese momento uno piensa, Anabel realmente, ¿se puede considerar que vive?, pasa los días en un trabajo que le de arcadas y las noches entre las brumas de los ansiolíticos.
Ese es el punto central de esta historia, la muerte, pero sobre todo, sobre la vida que tenemos entre las manos y que inexorablemente se va deslizando entre nuestros dedos, sin que nos demos cuenta, hasta que el ultimo granito de arena se pierde en el tiempo y vemos que nuestra camino ha llegado a su fin.

Pero no todo tiene ese halo pálido que rodea a la muerte, no solo es tristeza y filosofía, es mucho más. Nos muestra tanto la parte mala como la buena. Vemos el lado oscuro de la humanidad, que tratan de alcanzar un lugar, a través del dolor y la sangre. Pero también tenemos el otro lado, donde la muerte aparece y desaparece, como una fuerza de la naturaleza, imposible de detener, pero que al mismo tiempo da lugar a una fuerza por vivir, de aprovechar el tiempo y velar la muerte, no con dolor sino con respeto hacia ella.

Hablando de la novela en sí, el personaje principal, esta en ruinas, un espantajo que se limita a reaccionar a los estímulos, pero que tras encontrarse con el señor Jacob, algo parece despertar en ella, la vida que parecía dormida en su interior comienza a removerse, lentamente al principio, como una riada, a medida que avanza la historia.

El señor Jacob, muestra una visión del mundo de alguien que ha vivido mucho tiempo, el halo de calma, sabiduría y embeleso (o confianza) que lo convierte en alguien sobre el que da gusto leer. Al mismo tiempo tiene el aire de un abuelo, que cuenta historia con un propósito oculto, el de un padre, que ayudará en los posible a que la vida arraigue, y el de una parca, que consigue que veamos la muerte como algo inevitable pero no malo per se.

Como el señor Jacob la novela tiene un aire tranquilo y apacible, un poco excéntrico, como muchas películas francesas, pero que se lee con un hilo estable a lo largo de la trama. Incluso las escenas de acción están cubiertas por una patina translucida que dota a todo de un aire de sosiego e inevitabilidad.

En cuanto la novela arranca, casi como un sueño, se presenta una plétora de personajes, un grupo de personas que en apariencia no tienen relación alguna, aunque de vez en cuando el autor, consigue introducir pequeñas pinceladas, que van atando cabos, y sin que nos demos cuenta, comenzamos a unir todos los hechos, pudiendo visualizar la telaraña que hemos comenzado a desentrañar.

Extrañamente, hacia el final de la novela, y puede que, al principio, se nos muestra una pincelada de fantasía,  unas grietas por donde se cuela lo fantástico, casi sin que nos demos cuenta. En la trama, ese aspecto más allá de la realidad consigue cerrar un círculo, a partir del cual, la historia comienza a enroscarse sobre sí misma, hasta dar lugar a un final, cerrado casi en su totalidad, y con ayuda de un pequeño epilogo, la historia de Anabel se cierra de una forma maravillosa, triste y a la par que merecida.

Y aunque la muerte este el Rubicón por el que pasan todas las historias de los personajes, que acaban uniéndose en la trama, presenta también reflexiones veladas sobre la depresión, a veces invisible incluso para uno mismo, el amor, la lucha por la propia vida y al libertad y las personas que adoran el dolor y otras que solo tratan de permitir una mejor transición frente a la muerte.

Es una novela absolutamente recomendable, perfecta para hacerte pensar sobre la vida, y lo que hay más allá, y que siempre hay un hueco, por pequeño que sea, que permite al embeleso y la fantasía inundar nuestro paso. La historia se enroscara en lo más profundo de tu cuerpo, tan profundo que no te darás cuenta de que esta ahí, pero al mismo tiempo conseguirá que tu visión del mundo cambie, aunque solo sea un poquito, esa sensación de calma y sabiduría seguirá contigo ad vitam aeternam…

“…-Sí. Desde la noche de los tiempos los hombres han buscado representarla de distintas formas, con diversos atavíos. Los que usted conoce, los que le son más familiares, los que se han impuesto en Occidente desde hace algunos siglos apenas, la muestran como un esqueleto, a veces armado con una guadaña. Como si sus pobres víctimas humanas volvieran a crearla a su imagen, incapaces de imaginar otra cosa que un doble de sí mismas, un doble descarnado. Pues bien, yo, Anabel, la veo de otro modo. He tenido tiempo para pensar en ello. La imagino como uno de esos agujeros negros de los que hablan los astrofísicos. Una nebulosa oscura, recogida en sí misma. Ella está ahí, agazapada en algún rincón del cosmos, al acecho…”

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